El 16 de Diciembre, en una ceremonia que se realizó en el jardín del Instituto Leloir se le entregó el Premio Fima Leloir 2021 “A la Excelencia Científica de Jóvenes Investigadores” a Ezequiel Petrillo, doctor en Biología de 40 años de edad quien busca desarrollar cultivos sustentables de alto rendimiento adaptables al cambio climático”.
El jurado del ¨Premio Fima Leloir¨ decidió otorgar una mención especial a Daiana Andrea Capdevila, jefa del Laboratorio de Fisicoquímica de Enfermedades Infecciosas en la Fundación Instituto Leloir (FIL) e investigadora del CONICET.
Daiana Andrea Capdevila, nació en 1987, egresó del Colegio Nacional de Buenos Aires , se graduó con una licenciatura y un doctorado en Ciencias Químicas en el área de Química Inorgánica, Analítica y Física de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires.
Es investigadora asistente del CONICET del Instituto de Investigaciones Bioquímicas de Buenos Aires (IIBBA, CONICET-Fundación Instituto Leloir) y jefa de laboratorio del Instituto Leloir.
Diana Capdevilla, fue múltiplemente galardonada por el proyecto que estudia adaptar un biosensor fácil de usar, portátil, accesible para la población y mucho más económico que permita detectar contaminantes en agua.
El 13 de Diciembre, también recibió la Distinción Franco-Argentina en Innovación 2021, en la categoría Junior, en el marco de un concurso que apunta estimular y difundir los procesos de transferencia de conocimientos y tecnología que mejoren la calidad de vida de la sociedad.
Daiana Capdevila, y su equipo recibirán 3 mil euros, para aplicar al proyecto del desarrollo de un sensor portátil que detecte la presencia de arsénico en muestras de agua.
La distinción incluye fondos adicionales para que la Dra. Capdevila realice una estadía de investigación en un centro de investigación o empresa de base tecnológica en Francia, que desarrolle temas vinculados a los sensores de arsénico y otros contaminantes en el agua.
“Esta experiencia de trabajo interdisciplinario será de gran utilidad para testear y validar nuestro detector de arsénico antes de su transferencia a la sociedad” informó la científica.
Fue organizado por el Instituto Franco Argentino con el apoyo del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación y la empresa Total Energies.
Sus múltiples reconocimientos incluyen, la Beca (para científicas menores de 36 años) del Premio Nacional L’Oréal-UNESCO “Por las Mujeres en la Ciencia”, L´OREAL- UNESCO For Women in Science Awards, 2020, en colaboración con el CONICET.
“El objetivo de los sensores es satisfacer la necesidad de las personas que enfrentan inseguridad hídrica (riesgo de contaminación de las aguas de consumo), obteniendo respuestas locales y accedan a la información de forma más directa”, señaló Capdevila.
Durante su estadía postdoctoral en la Universidad de Indiana, en Estados Unidos, Capdevila y colegas de la Universidad Northwestern desarrollaron un biosensor, con un valor aproximado a un dólar, que detecta 15 contaminantes en agua, incluyendo metales como cobre, plomo, zinc y cadmio; varios tipos de antibióticos; y hasta elementos presentes en maquillaje.
El dispositivo fue bautizado ROSALIND en honor a la cristalógrafa Rosalind Franklin, una figura clave en el descubrimiento de la estructura en doble hélice del ADN, que falleció antes de que James Watson y Francis Crick recibieran el Nobel.
ROSALIND imita un sistema de proteínas que tienen las bacterias para detectar y defenderse de metales.Ante la presencia de un contaminante, fabrica exclusivamente unas moléculas que dan un color verde observable a simple vista y que funciona como “alerta”.
Capdevila regresó al país a mediados de 2019 y puso en marcha su laboratorio en la FIL con el objetivo de realizar estudios que permitan comprender cómo las bacterias, que causan enfermedades, pueden adquirir resistencia tanto a nuestro sistema inmune y/o a los antibióticos que se utilizan para tratarlas.
“Con mi grupo pretendemos contribuir al desarrollo de nuevas estrategias antimicrobianas, como por ejemplo antibióticos que tengan como objetivo afectar a la maquinaria que a las bacterias les permite desarrollar la resistencia”, afirma la científica,
“Pero consciente que la falta de acceso al agua potable no es solo un problema global sino también local, quise involucrarme en la adaptación de biosensores que contribuyan a garantizar la seguridad hídrica en nuestro país”.
Además de trabajar en la adaptación del biosensor a la determinación de arsénico, un contaminante natural muy abundante en las napas de nuestro país, Capdevila se propuso desarrollar un proyecto en cooperación con ACUMAR, una entidad estatal que hace más de diez años se dedica a monitorear las fuentes de agua en la Cuenca Matanza-Riachuelo.
“El objetivo del proyecto es poner a prueba un método de evaluación rápida y económica de la calidad de agua que consumen los habitantes de la Cuenca, indica la científica. Y continúa:
“Nuestra técnica permitirá hacer más mediciones que funcionarían como una alerta si determinada muestra de agua analizada resulta no apta para consumo humano”.
En una primera etapa evaluarán en el agua superficial el método de detección de metales pesados (plomo, cadmio, zinc, cobre y níquel) y en una segunda etapa, evaluarán expandir el mismo sistema de detección a otros contaminantes existentes en muchos pozos de agua de consumo, de la parte alta de la Cuenca.
Gran parte de la población mundial, y en particular comunidades vulnerables, tiene un acceso restringido al agua limpia.
El proyecto liderado por Capdevila busca brindar soluciones a un 15% de la población argentina que reside en la Cuenca Matanza-Riachuelo cuya agua, en muchos casos, no se encuentra apta para el consumo humano debido a la contaminación antropogénica en agua superficial.
“El biosensor que desarrollaremos tardará 30 minutos en detectar arsénico en muestras. La herramienta ayudará a determinar si su concentración está dentro de los límites recomendados para el consumo humano, según los distintos códigos nacionales e internacionales”,
La primera etapa del proyecto será la optimización del sensor como prototipo en el laboratorio y la segunda fase, será el escalado y la producción de 200 dispositivos.
En la tercera etapa se distribuirán los dispositivos en representantes de la comunidad afectada por la presencia de arsénico en su agua de consumo de la Cuenca Matanza Riachuelo.
“Los biosensores permitirán que todos los actores de la sociedad tengan a su alcance herramientas capaces de evaluar la calidad del agua para determinar dónde es urgente la mejora de políticas de saneamiento”.
El biosensor en desarrollo también recibe financiamiento del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación de la Nación por tratarse de un proyecto seleccionado este año en la convocatoria “Ciencia y Tecnología contra el Hambre”.