En el territorio del virreinato del Río de la Plata, la evolución de las economía de los pueblos no resultó de la complementariedad, sino de decisiones de la metrópoli basadas en los costos del traslado de la exportación de la plata, y de la necesidad de controlar las influencias lusitana y británica, que tenían su centro en la Colonia del Sacramento, por la otra.
En Lima se celaba y se despreciaba a la primitiva Buenos Aires, tampoco eran muy diferentes las actitudes de nuestras ciudades del Noroeste, quienes fueron por siglos periferia del virreinato limeño.
El litoral y Buenos Aires eran, vistos desde las aristocracias de Asunción o de las hoy capitales provinciales del Noroeste, tierras de advenedizos y aventureros
En España y América había dos clases de médicos y cirujanos, los médicos o cirujanos latinos y los médicos o cirujanos romancistas.
Los médicos o cirujanos latinos derivaban su nombre de su conocimiento del latín, junto con conocimientos de humanidades, en escuelas reconocidas frecuentemente universitarias.
Los romancistas, en general eran de condición social más humilde, hacían su aprendizaje al lado de otro médico o cirujano y su examen contenía menores exigencias. Los primeros tiempos los que llegaron a estas tierras eran, en su mayor parte, romancistas.
Algunos de estos romancistas limitaban su práctica a ciertos menesteres definidos y se los conocía como sangradores, ventoseros, sacamuelas, hernistas (practicaban la taxis herniaria y los vendajes contentivos), ensalmadores o algebristas, duchos en reducir fracturas y dislocaciones, y hasta lamparoneros cuya habilidad consistía en abrir los abscesos ganglionares del cuello.
Solían ser los Cabildos los que autorizaban su ejercicio a los médicos y a los cirujanos, algunas veces intervenían en los acuerdos para financiarlos.
El primer cirujano de Buenos Aires, se llamó Manuel Álvarez, “fue contratado por el Cabildo a razón de 400 pesos al año, con la obligación de prestar sus servicios a todo el vecindario, sin distinción de clase ni religión, pero debiendo los enfermos pagarle las medicinas y ungüentos que en ellos se emplearan”.
En los Acuerdos del extinguido Cabildo, revisados por Cantón, se registra el contrato que en marzo de 1605 se suscribió con Álvarez, en el cual se manifiesta: […]:
“lo cual a vos daremos y pagaremos cobrado de las personas a quienes repartiremos el dicho salario y sin que por vuestra parte sea necesario ¨hazer dilijencia¨ ninguna mas de avisar que es cumplido el término del año que con solo esto daremos y pagaremos la dicha plata en los géneros arriba dichos, lo cual haremos y cumpliremos bien y cumplidamente sin que falte cosa alguna para lo cual obligamos los propios y rentas de esta ciudad y damos poder cumplido a las Justicias de Su ¨ Magestad¨ para que nos ¨apremyen al cumplymyento¨ de lo que dicho es, como por cosa ¨jusgada¨ y pasada en ¨pleyto¨ y en el fuese dada sentencia ¨definytiva¨ de Juez competente por nos pedida y consentida y no apelada sobre que renunciamos el ¨apelaçion y suplicaçion¨ y cualesquier leyes que son en nuestro fabor” […]
Cuatro meses después, el cirujano reclamaba el pago de lo estipulado, se quejaba de los vecinos morosos y proponía denunciar el contrato.
El Cabildo no era un pagador celoso de sus compromisos.
Igualmente ordena a Álvarez quedarse en la ciudad ese año y encarga al alcalde que haga la repartición de lo que se le debe y lo que cada vecino le ha de dar y pagar por su trabajo.
El último reclamo de pago del que se tiene noticia, en febrero de 1606, sigue siendo resuelto favorable pero en forma verbal. La tradición del poder público de mal pagador de obligaciones y contratos no es, como puede verse, de origen reciente.
La contratación del cirujano no era un nombramiento como de un funcionario público, sino un contrato con un proveedor de servicios. El Cabildo actuaba como poder público al autorizar su ejercicio profesional, basado en el prestigio del candidato y/o por el examen de sus títulos; en algún caso excepcional, se designaba un tribunal para que lo examinara.
Como entidad vecinal se comprometía a cobrar la contribución de cada vecino, y como poder público prohibirle el abandono del cargo.
Pocos años después, Álvarez se retiró, la ciudad quedó sin médico y el entonces barbero, su suplente, Andrés Navarro, amenazó con retirarse también. El Cabildo le solicitó al Gobernador que lo obligara a quedarse…
Cuando se planteaban quejas, como la que hizo en 1609 hizo Francisco Bernardo Jijón sobre la ¨competencia¨ que le hacían personas sin título, era el Cabildo el que la recibía y solicitaba los títulos de los denunciados o, en algún caso, designaba un tribunal para que los examinase.
Cuando una ciudad carecía de cirujano, médico o barbero, también eran los Cabildos los que se dirigían al gobernador, al Virrey, o a la Corona, solicitando la provisión del profesional requerido.
Así sucedió en 1622, inmediatamente después de una grave epidemia de viruela, se aprovechó la partida a Sevilla de una nave para encargar a su capitán que trajese, “en la primera ocasión, un médico, un boticario y las medicinas necesarias, solicitando para ello, y en nombre del Cabildo, de su Majestad y de sus Ministros, las licencias necesarias”.
En las capitales virreinales el pedido era, en general, girado al Protomédico quien valoraba la necesidad y factibilidad del pedido y lo elevaba al Virrey con su consejo. Las de mayor población reclamaban a veces por un hospital, que era, finalmente, autorizado o denegado por una cédula real.
Las relaciones entre médicos y cirujanos eran, en general, tormentosas. Los primeros trataban a los segundos como profesionales auxiliares, de inferior jerarquía.
Los intentos de mejorar la relación entre ambos han pasado a la historia, como la oportunidad a comienzos del siglo XVII, en la cual dos profesiones habían fraternizado constituyendo, con el pomposo y optimista título de “Hermandad y Congregación para siempre jamás” de los médicos y sangradores de la Villa y Corte de Madrid con asiento en el Convento de Nuestra Señora de la Merced.”
La institución decayó y se la reorganizó en 1774, bajo la advocación de San Cosme y Damián.
Con predominio de cirujanos y sangradores, esta institución fue perdiendo sus originales finalidades religiosas y adquiriendo matices de organismo gremial, consiguiendo que una Real Orden prohibiera el ejercicio de la cirugía mayor y menor, en todo el Reino, a quienes no pertenecieran a la hermandad.
En 1801 los cirujanos consiguieron que se crease, para la Corte, una Junta Gubernativa de Cirugía, que en 1804 se extendió a todo el reino.
Se establecía que quedaban separadas la Cirugía de la Medicina, cesando las facultades de los Protomedicatos sobre los cirujanos; se concedía también a la Junta Superior de Farmacia de Madrid autorización para designar comisionados en las Indias.
La reforma no tuvo tiempo para implementarse, pero ayudó a erosionar el poder del Protomedicato.