La epidemia de fiebre amarilla de 1871 en Buenos Aires surgió en un contexto histórico caracterizado por el crecimiento nacional y la inmigración, fundamentalmente de origen europeo.
Si bien se mantenía en cierta forma la tensión internacional, la Guerra de la Triple Alianza había finalizado y los soldados heridos estaban regresando a la ciudad.
La enfermedad se conocía endémica en Brasil, y habían existido brotes previos en Argentina.
Pero esta epidemia, por sus características, marcó un antes y un después en la historia de la ciudad.
Su masividad y letalidad colapsó intempestivamente el sistema sanitario, que era más bien pobre y precario, y estaba en recuperación de la epidemia de cólera que había afectado tres años antes a alrededor de 5000 personas.
En poco tiempo la fiebre amarilla produjo horror y pánico. Quienes pudieron alejarse del lugar, lo hicieron.
El terror sembró las calles, y la situación se tornó catastrófica.
Se estima que en pocas semanas causó la muerte de aproximadamente el 8% de los habitantes de la ciudad de Buenos Aires.
Antecedentes de Fiebre Amarilla en América
Hay antecedentes de brotes en el continente americano con anterioridad a 1871.
Las primeras epidemias de fiebre amarilla de las que se tiene registro ocurrieron en 1647 en Barbados y en 1648 en Guadalupe.
En esos dos lugares los colonizadores europeos habían introducido precozmente los cultivos de azúcar, lo que desencadenó la deforestación de la región.
Pueden rastrearse otros brotes en zonas que actualmente son endémicas: en 1648-1650 en Haití, en 1688 en Yucatán (México) y en 1685 en Recife (Brasil).
Una de las epidemias más importantes se produjo en 1793 en Filadelfia (en ese momento, capital de los Estados Unidos), probablemente como producto del calor, las lluvias, y de la inmigración desde Santo Domingo.
En Argentina también existen registros de otros brotes anteriores, al menos en 1852 y 1858; aunque eran de menor cuantía y repercusión, probablemente estaban asociados a barcos de comercio que provenían de zonas endémicas de Brasil.
De hecho, la de 1858 había sido precedida el año anterior por una epidemia en Montevideo, que en ese momento contaba con aproximadamente 15.000 habitantes.
Cabe destacar que aún, no se conocía el rol que cumplía el mosquito Aedes aegypti en la transmisión. Por entonces, se sospechaba que la enfermedad podía estar vinculada con la alcalinidad del aire y los fenómenos meteorológicos, sobre todo con las altas temperaturas y las lluvias.
El papel del mosquito fue descripto años más tarde, en 1881, por el médico cubano Carlos Finlay, quien lo identificó como vector del agente etiológico -un arbovirus, de género Flavivirus- y probó la transmisión de la enfermedad a través de estudios experimentales.
Se estima que entre otras causas, la movilización de los soldados argentinos, al regresar desde Paraguay en 1870-71 tras su participación en la Guerra de la Triple Alianza, pudo haber transportado el virus hacía Buenos Aires.
La teoría se ve reafirmada por el hecho de que la epidemia en esta ciudad fue precedida poco tiempo antes por otra en Corrientes, también de características catastróficas y con más de 2.000 muertos.
La Ciudad de Buenos Aires en 1871
En 1871, Argentina se encontraba bajo la presidencia de Domingo Faustino Sarmiento. El gobernador de la provincia de Buenos Aires era Emilio Castro, y la ciudad, con su Comisión Municipal a cargo de Narciso Martínez de Hoz, estaba en pleno crecimiento.
Se trataba de un crecimiento vertiginoso, a una tasa media anual de 4,8% entre 1855 y 1887, principalmente por el flujo migratorio.
Según el censo de 1869, la ciudad tenía 20.838 casas, la mayoría (más del 85%) de una única planta.
Existía ya una planificación de las primeras cañerías para el alumbrado (que se comenzarían a principios de 1880), empezaban a aparecer los tranvías a caballo y se iniciaba el desfile de vendedores ambulantes.
El Ferrocarril Sud, que había sido habilitado en 1865, extendía sus vías desde Constitución hasta el sur de Barracas.
El muelle se había inaugurado en 1855 (antes había solo un desembarcadero).
Apenas unos días antes del comienzo de la epidemia, el 1 de enero de 1871, entraba en vigencia el Código Civil de la República Argentina, redactado por Dalmacio Vélez Sarsfield.
El sistema sanitario en 1871
La marginalidad y la segregación social eran características, con condiciones higiénicas y sanitarias muy deficientes en toda la ciudad.
Resultaba habitual el hacinamiento, íntimamente relacionado con la inmigración, que obligaba a familias muy numerosas a residir en pequeñas habitaciones o en conventillos.
El director del Departamento de Higiene y Obras de Salubridad de la Nación era Eduardo Wilde, quien había participado como cirujano del ejército en la Guerra del Paraguay y a su regreso a Buenos Aires en 1871 había sido designado profesor en la Universidad de Buenos Aires.
Wilde escribió en el Hipo: “Nuestras grandes ciudades son cuevas sin luz y sin aire, antros húmedos y hediondos en donde el sol que ha podido romper la espesa capa de nubes de carbón y vapores mefíticos, penetra solo para acelerar las fermentaciones de los detritus que no podemos arrojar lejos”.
Los desechos domiciliarios eran dejados en las calles o en pozos peridomiciliarios, y únicamente el centro de la ciudad tenía desde 1856 un servicio de recolección, que era bastante irregular y a periodos prolongados.
El método para reducir los volúmenes de basura consistía en pasar por encima de los desperdicios una gran piedra aplanadora que comprimía los desechos pero no los eliminaba sino que los dispersaba y los preparada para ser usados como relleno de terrenos bajos y desniveles.
Los saladeros y mataderos arrojaban sus desechos directamente al río.
No existían las cloacas, por lo que los pozos negros contaminaban las napas más superficiales, a pesar de que desde 1861 se habían prohibido en la proximidad de los que estaban destinados al agua de consumo.
Desde 1862, existía la iniciativa de establecer un servicio de aguas corrientes, pero el proyecto sería retomado únicamente en el barrio de Recoleta entre 1867 y 1869 por las consecuencias de la epidemia de cólera. La idea de extenderlo a toda la población recién se puso en práctica en 1888.
La mayoría de los ciudadanos tomaban agua de los pozos o directamente del Río de la Plata, recurriendo a aguateros que la recogían por algunos centavos.
Tampoco había desagües para lluvias; una parte del agua era recogida entonces en los pozos y aljibes, mientras que la mayoría quedaba en los caminos.
Las letrinas de toda la ciudad se encontraban en desaseo, eran fuente de enfermedades y liberaban olores.
Por entonces, el sistema público contaba con dos hospitales generales. Por un lado, el Hospital General de Hombres (demolido en 1883), llamado previamente Hospital de Buenos Aires (antes Hospital San Martín de Tours) que desde 1799 se encontraba bajo la administración del Estado.
Por otro lado, el Hospital de Mujeres, que funcionaba sobre la actual calle Bartolomé Mitre y que en 1876 fue trasladado a un terreno sobre la avenida Las Heras, donde Eduardo Wilde inauguraría el actual Hospital Rivadavia.
Para albergar a los heridos de la Guerra del Paraguay, en 1868 se había fundado el Hospicio de los Inválidos, que luego cambiaría de denominación a Hospital Mixto de Inválidos y finalmente, en 1892, a Hospital Doctor Guillermo Rawson.
En 1859, se había creado el Hospicio de las Mercedes en proximidad al Hospital de Alienadas.
Existía la Casa de Expósitos, administrada por las Hermanas del Huerto hasta 1873 (año en que fue trasladada a un edificio donde funcionaba el Instituto Sanitario Modelo) y más tarde dio lugar a la ex Casa Cuna y actual Hospital Elizalde.
La situación hospitalaria era precaria, los establecimientos tenían salas generales, no contaban con sectores de aislamiento, poseían una insuficiente cantidad de letrinas y padecían la falta de ventilación.
El número de profesionales de la salud se había visto reducido, en parte debido a la Guerra del Paraguay.
Atentos al espacio asignado continuaremos con el tema en otra publicación.