En la medicina moderna, las muestras de orina son examinadas rutinariamente en laboratorios para obtener información clínica sobre un paciente.
Los médicos del pasado utilizaron ruedas de orina para diagnosticar enfermedades hasta mediados del siglo XIX.
La uroscopia o examen de la orina es una de las pruebas médicas que se realizó en la Edad Media para conocer el estado del paciente.
Los elementos que servían para formular un diagnóstico, en ese período de la historia, eran básicamente el pulso, la fiebre y el examen de orina; siendo el examen de heces y el de sangre casi inexistentes.
Era un análisis pre-químico bastante acertado, que conseguía aportar resultados muy similares a los que mucho después se obtuvieron con la introducción de los reactivos en la medicina de laboratorio.
Lo que analizaban los médicos era básicamente el color, la cantidad, la textura o densidad y los sedimentos, ítems que hoy en día siguen siendo fundamentales.
La historia de la uroscopia se remonta hasta las épocas de las antiguas Grecia y Roma.
Uno de los médicos más renombrados de la época clásica fue Hipócrates, y las instrucciones para el examen de orina pueden encontrarse en el Corpus Hippocraticum.
En el texto titulado “Pronósticos” se mencionan los diferentes colores y consistencias de la orina.
Estas dos características de la orina de una persona pueden utilizarse entonces para hacer pronósticos sobre el curso de la enfermedad.
Durante la Edad Media, la uroscopia fue empleada no sólo por los médicos europeos occidentales, sino también por sus homólogos bizantinos y árabes.
De hecho, el legado de los médicos clásicos fue preservado por los bizantinos, a quienes sucedieron los árabes, fue a través de estos últimos como la uroscopia regresó a Europa Occidental.
Para los físicos, la orina era un método diagnóstico excelente porque al ser un fluido que estaba en el interior del cuerpo, pero que salía al exterior, permitía comunicar interior y exterior, y revelar información anatómica y fisiológica en un momento en que la disección era poco frecuente, especialmente antes de los siglos XIII-XIV.
En esa época, diferentes autores trataron sobre cuestiones relacionadas con la orina, su uso y sus propiedades terapéuticas o diagnósticas. Los escribieron en los tres idiomas cultos de la Edad Media (griego, árabe y latino), procedentes de geografías muy diversas y adscritos a cronologías muy variadas pudiendo citar a Avicena, Gilles de Corbeil, Michele Savonarola.
Por ello, no llama la atención que la uroscopia se convirtiese en un elemento esencial de la enseñanza universitaria de la medicina a partir del siglo XIII, por ejemplo en el programa académico de Paris.
Para poder llevar a cabo este juicio, era necesario contar con un recipiente adecuado para recoger y almacenar la muestra de orina, llamado ¨matraz¨.
Debía de ser un recipiente de vidrio blanco, que dejase pasar la luz sin modificar el color, para poder observar correctamente la coloración, tener una embocadura estrecha con un depósito grande y redondeado, pues un recipiente demasiado estrecho y alargado no permitía almacenar cantidad suficiente de orina como para apreciar sus sedimentos.
El análisis practicado era ante todo un análisis visual, por lo que generalmente al médico se lo representaba sosteniendo el matraz de orina con la mano en alto y mirándolo al trasluz.
Utilizaban otros sentidos para emitir su juicio, oliendo y tocando, e inclusive gustando la orina, lo que generó no pocas parodias y burlas hacia los médicos, calificados en ocasiones de bebedores de orina.
Con esta comprobación percibieron situaciones como la presencia de un contenido patológico de azúcares en el cuerpo humano, es decir la diabetes.
El médico inglés del siglo XVII Thomas Willis señalaba que la orina de un paciente diabético sabía “maravillosamente dulce, como si estuviera impregnada con miel o azúcar.” Fue Willis quien acuñó el término ‘mellitus’ (que significa “endulzado con miel’) en la diabetes mellitus o ¨enfermedad de Willis¨.
En el arte medieval, la iconografía más frecuente es la representación del médico, como un hombre ataviado dignamente, sosteniendo el matraz de orina y mirándolo al trasluz.
Así fueron representados físicos reales como Avicena y también santos médicos como Cosme y Damián.
Entre las variantes iconográficas, podemos hallar también ¨el árbol o rueda de orina¨ con distintos recipientes que cubren toda la gama cromática posible.
Se trata de una representación taxonómica o de clasificación.
La urología fue ayudada en gran medida durante la Edad Media por el desarrollo de la ¨rueda de orina¨, se trataba de un diagrama en forma de rueda, que ayudaba al médico en su diagnóstico de la enfermedad del paciente.
La rueda de orina está dividida en 20 partes, cada una de ellas muestra un color diferente de la orina.
Las variaciones en el sabor y el olor de la orina estaban también descritas en la rueda de orina.
En ella los distintos recipientes suelen disponerse a modo de rueda, pero pueden aparecer en otra forma, por ejemplo conformando una o varias filas sucesivas, como en el ¨Iatrosophion bizantino¨ de mediados del s. XV, hoy en la Biblioteca Universitaria di Bologna (BUB), ms. gr. 3632, fol. 51r.