Difusión del conocimiento de las ciencias médicas

26/05/2024

Epidemia de Fiebre Amarilla IV

Por Prof. Mahmud Rosa Emine

. Lectura de 6 minutos

Aparte de expulsar a los habitantes de los conventillos, los médicos sólo podían actuar sobre los síntomas.

El peor problema a enfrentar era la ignorancia: ni siquiera los médicos sabían qué era lo que causaba la enfermedad.

Como la epidemia era más fuerte en las zonas más pobladas del sur de la ciudad, las autoridades llegaron a la conclusión que la principal causa era el hacinamiento de la población pobre de los conventillos; por lo tanto, dedujeron que la solución era echar la gente a la calle.

Tomás Liberato Perón, primer docente de la cátedra de Medicina Legal de la UBA formó parte de los equipos médicos que combatieron la enfermedad. Fue el abuelo del presidente constitucional de la Argentina, Juan Domingo Perón.

Se desempeñó como el primer docente que tuvo a su cargo la cátedra de Medicina Legal en la Facultad de Derecho y miembro titular de la Academia Nacional de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales y formó parte de los equipos médicos que combatieron la enfermedad.

Dado que en ese momento parte del agua para el consumo de la población se extraía del Riachuelo, integró un equipo dedicado a prohibir que los saladeros ubicados sobre sus riberas arrojaran sus efluentes en el curso de agua.

Las autoridades que aún no habían abandonado la ciudad ofrecieron pasajes gratis a los más humildes y habilitaron vagones del ferrocarril como viviendas de emergencia en zonas alejadas.

Síntomas y tratamiento

Aparte de expulsar a los habitantes de los conventillos, tarea de la que se encargaba la Comisión Popular, los médicos sólo podían actuar sobre los síntomas.

Estos se desarrollaban en dos períodos: en el primero, el paciente tenía repentinos dolores de cabeza con escalofríos y decaimiento general.

Luego seguía el calor y el sudor, la lengua se ponía blanca y había carencia de sueño. El pulso se aceleraba y aparecían dolores en el estómago, los riñones, muslos, extremidades o sobre los ojos.

La sed se intensificaba y el paciente se debilitaba enormemente, sus miembros se agitaban fuertemente.

A veces existían vómitos biliosos de color amarillo, o solo náuseas.

En este punto, a veces  la enfermedad podía ser vencida naturalmente y el paciente se mejoraba, manteniendo temporalmente solo dolores de cabeza y debilidad en el cuerpo.

Si los síntomas y signos se agravaban, se llegaba entonces al segundo período de la enfermedad: la piel del paciente tomaba color amarillo, los vómitos se volvían sanguinolentos y finalmente negros.

El enfermo experimentaba opresión en el pecho y dolores en la boca del estómago. La orina disminuía hasta suprimirse completamente. Se producían hemorragias en las encías, lengua, nariz y ano.

El paciente carecía de sed y su pulso se debilitaba. Llegaba entonces el delirio, seguido de la muerte.

Durante el primer período:

  • El médico provocaba adrede la transpiración con baños de pies con harina de mostaza, ingestión de dos o tres tazas de infusión de saúco o de borraja, y envolvía al paciente con mantas.
  • Luego de algunas horas le suministraba aceite de ricino o magnesia calcinada. También, le provocaba vómitos dándole a tomar agua tibia con tártaro emético.
  • Pero si la persona ya tenía vómitos debido a la enfermedad, entonces le administraban purgante.
  • Para la sed, solo agua fresca, a lo sumo con limón.
  • Para los dolores de cabeza se aplicaban paños en la frente con agua fría mezclada con vinagre.

Durante el segundo período:

  • El médico le administraba sulfato de quinina cada dos horas.
  • Agua destilada de menta, algunas gotas de éter sulfúrico y jarabe de quina.
  • Dos veces por día se hacía una enema con corteza de quina roja disuelta en agua y se aplicaban sinapismos (medicamentos externos con polvo de mostaza).
  • Se friccionaba el cuerpo con vinagre aromático en riñones, muslos y piernas.
  • El enfermo era alimentado con caldos de puchero, algo de vino y chupaba gajos de naranja.
  • También se usaba alcanfor, valeriana, calomelano y almizcle.

Prevención

Se le daba importancia a la desinfección con el gas cloro, al que se consideraba un preventivo. A las personas se les aconsejaba lavarse las manos con una solución de cloruro de cal en agua, o agua de Labarraque (cloruro de sodio), y limpiar los cuartos con este líquido.

Otras medidas preventivas eran: mantener aseadas las calles y la casa, ventilar las habitaciones, preparar los recipientes para recibir las deyecciones de los enfermos con líquido desinfectante.

 Así como, alejarse de los lugares húmedos y bajos, tomar alimentos en cantidad conveniente y conservar «las buenas costumbres»; hacer ejercicio corporal, no dejarse dominar por los pesares y tristezas, sustraerse a las «emociones morales vehementes» y vencer el miedo que inspiraba la enfermedad.

La actuación de la Iglesia Católica y de los médicos

Aunque las autoridades nacionales y provinciales huían de la ciudad y aconsejaban oficialmente hacer lo mismo (fue la única ocasión en la historia de Buenos Aires en que las autoridades aconsejaron el éxodo), el clero secular y regular permaneció en sus puestos, asistiendo en sus domicilios a enfermos y moribundos.

Las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, también conocidas como Hermanitas de la Caridad, cerraron sus establecimientos de enseñanza para poder dedicarse a trabajar en los hospitales.

Una placa del Monumento del actual Parque Florentino Ameghino que recuerda a las víctimas enterradas allí, agrupa a 21 de ellas bajo el título de sacerdotes y religiosas del bajo clero regular y a dos bajo el de Hermanas de caridad.

Debe agregarse que la Orden de Hermanas de la Caridad, como refuerzo ante la emergencia envió desde Francia a otras religiosas de su congregación. De esta orden fallecieron por la fiebre 7 religiosas.

Las parroquias recibían a los médicos, a los enfermos, y en ellas funcionaban las Comisiones Populares Parroquiales.

Por disposición municipal, el sacerdote estaba obligado a expedir las licencias para sepulturas previa presentación del certificado médico, todo ello sumado al cumplimento de sus deberes evangélicos.

El cura Eduardo O’Gorman, párroco de San Nicolás de Bari, se preocupó por hallar solución a las necesidades de numerosos niños desamparados y huérfanos. En abril fundó el “Asilo de Huérfanos”, del que se hizo cargo personalmente hasta que —pasada la epidemia— la “Sociedad de Beneficiencia” lo sustituyó.

Fallecieron durante la epidemia más de 50 sacerdotes y el propio arzobispo Federico Aneiros estuvo muy grave, además perdió a su madre y una hermana que se habían quedado en la ciudad con él.

Las cifras de mortalidad por profesiones revelarían que el clero fue el grupo que mayor cantidad de vidas humanas perdió en la tragedia y dio un testimonio de la dedicación que tuvo durante los aciagos días.

Entre los médicos que fallecieron en labores para contrarrestar la enfermedad estuvieron los doctores Manuel Gregorio Argerich, su hermano Adolfo Argerich, Francisco Javier Muñiz, Zenón del Arca —decano de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires—, Caupolicán Molina,  Ventura Bosch, Sinforoso Amoedo, Guillermo Zapiola y Vicente Ruiz Moreno.

Otros médicos que permanecieron en su puesto o incluso acudieron a la ciudad, y sobrevivieron, fueron Pedro Mallo, José Juan Almeyra, Juan Antonio Argerich, Eleodoro Damianovich, Leopoldo Montes de Oca, Juan Ángel Golfarini, Manuel María Biedma y Pedro A. Pardo.

La población, en su peor momento, se redujo a la tercera parte, debido al éxodo de quienes la abandonaban buscando escapar del flagelo.
Sin embargo, Roque Pérez se quedó a ayudar a los que, por la enfermedad o por no contar con medios económicos no pudieron irse.

Por sus merecimientos fue electo presidente de la Comisión Popular que se encargaría de tomar las medidas y de dar la ayuda necesaria para terminar con el flagelo.
Como al asumir sabía que era muy probable que muriese contagiado, preparó su testamento.

 A consecuencia de la enfermedad falleció el  24 de marzo de 1871.

 

Fuentes:

Rev.Argentina Salud Pública- Lazzarino C. Epidemia de fiebre amarilla en la ciudad de Buenos Aires en 1871. Rev Argent Salud Publica. 2021;13:e50.30 de Jun 2021 Todo Argentina- https://www.todo-argentina.net/historia-argentina/organizacion_nacional/sarmiento/fiebre-amarilla.php?idpagina=967

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